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Cuando el cine homenajea al cine

Para cualquier amante del séptimo arte que se precie, encontrar la respuesta a la pregunta ¿cuál es tu película favorita?, puede ser muy complicado. Todos y todas tenemos nuestras listas de favoritas, nuestro top 3, top 5 o top 10 de películas, por época, por género, etc. Es lógico, escoger entre la ingente cantidad de grandes obras cinematográficas existentes es muy difícil. En mi caso, también me cuesta elegir a veces mi lista de películas favoritas, los gustos van cambiando, eso está claro, pero siempre habrá una que ocupará en todas mis listas el primer puesto: Cinema Paradiso.

¿Por qué? Principalmente por lo que representa Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso en su título original), y es que la película es, quizás, el mayor homenaje que el cine le ha hecho al propio cine, y eso, es mucho decir. Pero también por los sentimientos que hace aflorar, llevándote por una autentica montaña rusa de emociones. Me explico. Es una película divertida que te hace reír como un niño, también es una película que nos habla sobre el amor, y a la vez es una película melancólica y emotiva. En definitiva, es una película que te emociona, desde el principio hasta el final.

Corría el año 1988 cuando un joven director italiano de 32 años, Giuseppe Tornatore, estrenaba en Italia su segunda película, todo un poema, una declaración de amor al mismo cine, una película que podemos definir, sin miedo a caer en la indulgencia, como perfecta desde principio a fin. Veamos el porqué.

Hagas lo que hagas, ámalo

Escena de la película

Esta historia comienza en Roma, en los años 80, el director de cine Salvatore Di Vita regresa de noche a su casa, al llegar su pareja le cuenta que su madre llamó y dejó un recado, un tal Alfredo había muerto. Cuando le pregunta quién es Alfredo, Salvatore viaja, a través de sus recuerdos, a su infancia en un pequeño pueblo llamado Giancaldo, en la Sicilia de la posguerra.

El pequeño Salvatore, más conocido por todos como Totó, siente una gran pasión por el cine, por encima de todas las cosas, y acude siempre que puede a la cabina del cinema Paradiso, el pequeño cine del pueblo, donde trabaja Alfredo, proyeccionista y encargado de la cabina del cine. Totó, que ha perdido a su padre en la guerra, establecerá una relación paternal con Alfredo, a quien persuadirá para que le enseñe a trabajar en la cabina.

Tras un incendio en el cine que dejará impedido a Alfredo, Totó se encargará de llevar adelante la proyección de las películas. Llegamos hasta la adolescencia de Totó, que no solo continúa trabajando como proyeccionista, sino que también empieza a grabar sus propios vídeos con una cámara casera, pero al margen del cine empieza a descubrir nuevas cosas del mundo, se enamora de la bella Elena, y abandona el pueblo por primera vez para realizar el servicio militar.

A su regreso, Alfredo le insta para que abandone el pueblo, pues cree que jamás podrá cumplir sus sueños en Giancaldo, haciéndole prometer que nunca volverá y que perseguirá sus sueños sin nunca mirar atrás: “hagas lo que hagas ámalo, como amabas la cabina del Paradiso cuando eras niño”. Y así lo hace, hasta que regresamos al comienzo de la película, en la que descubrimos que Totó, ahora un famoso director, lleva 30 años sin volver a su pueblo.

El cine, un actor más

El pequeño Totó

Tras este rápido resumen de la trama, podemos ver que el film está separado en tres partes, en cierto modo tan distintas que nos producen diferentes sentimientos. Primero tenemos la parte de la infancia con el pequeño Totó, con un tono más alegre y cómico, con escenas y diálogos que nos hacen soltar la carcajada. Luego la parte media, la juventud de Totó, cuando conoce el amor y el desamor. Y finalmente la tercera parte, el Totó adulto, que regresa al pueblo y nos muestra la añoranza, la nostalgia, y como el tiempo pasa irremediablemente para todos, la gente y las cosas.

Totó y Alfredo son por supuesto los dos personajes principales de la historia, aunque en realidad hay un tercer protagonista, seguramente el más importante, el propio cine. Y no me refiero con esto al propio cine Paradiso, a su edificio (aunque también es un protagonista), sino al cine como arte, gracias a las diferentes escenas de películas clásicas que vamos viendo en las distintas proyecciones que realizan Alfredo y Totó, y sobre todo las sensaciones que despierta en el público del Paradiso.

A la perfección

Totó y Alfredo.

Son pocos los elementos que fallan en la película, y muchos los que hay que alabar. Lo primero, una gran dirección por parte de Tornatore, con un ritmo que se mantiene a lo largo del film, que gira en torno a tres conceptos clave, la amistad, el amor y la pasión por el cine.

Segundo, los intérpretes. Deben destacarse especialmente las actuaciones de Philippe Noiret como Alfredo, que rodó todas sus escenas en francés para luego ser doblado al italiano, en uno de los mejores papeles de su carrera (junto con su papel de Pablo Neruda en Il Postino), Salvatore Cascio como el pequeño Totó y Jaques Perrin como Totó adulto. A esto se le debe sumar una grandísima banda sonora de Enio Morricone, con algunos temas compuestos por su hija Andrea. Y por último, esa gran escena final, una de las más bellas de la historia del cine.

La película se hizo con numerosos premios, entre ellos el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. En 2002 salió a la luz la versión del director, con una duración de 173 min, unos 20 más que la versión original, y que ofrece más información sobre la relación entre Totó y Elena. Esta edición ha sido criticada en ocasiones, pues cambia aspectos de la trama y la evolución de algunos personajes.

Indistintamente de la versión, para aquellas personas que no la conozcáis, os animo encarecidamente a disfrutar de una de las grandes obras maestras del cine, y si como yo, ya la conocéis, siempre podéis volver a disfrutarla.

Víctor Tirador García

Redacción
Author: Redacción

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