Ericto, Louis Chéron y Elisha Kirkall, 1718, que ilustra la historia de Lucano que sirvió de inspiración para el Frankenstein de Shelley.
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El muerto no quiere despertar

Provocar la aparición de fantasmas y demonios era algo que mis autores predilectos prometían que era fácil. Mary Shelley, 1817, Frankenstein, vol. 1, cap. 1.

 

ERICTO Y EL MUERTO EN BATALLA

Encaramada sobre un risco, una bruja decrépita llamada Ericto está ensayando conjuros. Sexto Pompeyo se le acerca para solicitar sus servicios: quiere saber de antemano el resultado de la guerra que mantiene. Según ella, un destino tan importante solo puede conocerse resucitando un cadáver reciente que les transmita información del más allá. Con este propósito rebusca entre los despojos de la última batalla, selecciona un cuerpo con los pulmones intactos y lo arrastra hasta una profunda gruta. Sexto, aterrorizado, presencia cómo Ericto practica repugnantes operaciones en el cuerpo, le introduce sustancias extrañas y lo azota con una serpiente viva mientras grita amenazas contra las deidades infernales. De repente, el muerto despierta con un fuerte espasmo, quedando en un estado indefinido entre la vida y la muerte, listo para ser interrogado.

 

Representación de la escena de la Farsalia en la que Ericto resucita a un muerto, antecedente de la historia de Frankenstein.
Sexto Pompeyo consultando a Ericto antes de la batalla de Farsalia, John Hamilton Mortimer. Fuente: https://flic.kr/p/b81H4c.

 

Este es el fragmento más oscuro y desconcertante de Farsalia, el poema épico sobre la guerra civil entre César y Pompeyo que escribió Lucano justo antes de suicidarse en el año 65. El personaje de Ericto recuerda a otras hechiceras míticas, como Circe o Medea, con una gran diferencia: aquellas tenían una doble faceta, manipulaban y engatusaban, pero también ayudaban y enamoraban a los héroes; por el contrario, Ericto es absolutamente despreciable. Con su semblante repulsivo y su aliento pútrido, pasa la vida entre tumbas, mutilando miembros y recogiendo fluidos de los cadáveres, robando las cenizas de los incinerados, las cuerdas de los ahorcados y los clavos de los crucificados, o arrancando fetos vivos, si es necesario, para sus ritos.

Sin embargo, quizá lo más perturbador del relato es la reacción del soldado revivido: al despertar llora desconsolado y, tras anunciar la derrota de Pompeyo, suplica que lo maten de nuevo. Ericto prepara una hoguera y él mismo se coloca en ella para morir definitivamente.



MARQUINO Y EL MUERTO EN UN ASEDIO

Miguel de Cervantes leyó a Lucano, y alrededor del 1585 escribió La Numancia, una obra de teatro sobre el asedio romano a aquella ciudad celtibérica. En el segundo acto, el sacerdote numantino, ante la desesperación de su pueblo, intenta sacrificar un carnero a Júpiter para ganar su favor, pero un demonio que emerge de la tierra se lo arrebata. Tras este fracaso, el personaje de Marquino lleva a cabo una siniestra ceremonia alternativa. Pronuncia una súplica a Plutón, dios del inframundo, para que resucite a un joven recién enterrado que ha muerto de hambre; quiere que le anticipe cómo va a terminar el cerco que están sufriendo. Como Ericto, cuando el rito no funciona, Marquino insulta furioso a los espíritus malignos y azota el cuerpo inerte. Finalmente, el cadáver despierta entre estertores y se lamenta por lo que están haciendo con él; aquel muerto tampoco quería ser molestado.

 

Baste, triste, baste lo que yo paso en la región oscura sin que tú crezcas más mi desventura. Engáñaste si piensas que recibo contento de volver a esta penosa, mísera y corta vida que ahora vivo (jornada 2, escena 2).

 

Ilustración de la Numancia de Cervantes, como el Frankenstein de Shelley, muy influenciada por la Farsalia de Lucano.
Ilustración de La Numancia de Miguel de Cervantes, edición de 1784. Fuente: BNE, http://data.onb.ac.at/rec/AC09769399.

Forzado, le anuncia la sangrienta destrucción de Numancia y regresa rápidamente a su sepultura. Ante la terrible profecía, Marquino se suicida, arrojándose también a la fosa.

Así es como Cervantes recuperó el episodio de Lucano, añadiendo incluso más detalles escabrosos. Es difícil de explicar por qué complicó aquella obra con esta serie de ritos sacrílegos en un momento tan inconveniente; a finales del siglo xvi la Inquisición estaba en pleno auge y toda práctica o creencia mínimamente heterodoxa estaba fuertemente estigmatizada. Es un caso único en la literatura del periodo y su sentido sigue siendo un enigma.

 

 

 

 

FRANKENSTEIN Y EL MUERTO DEL LABORATORIO

Mary Shelley también leyó a Lucano, y en 1817 escribió Frankenstein o el moderno Prometeo, la más célebre de las novelas góticas. Cuenta la historia de Víctor Frankenstein, un científico obsesionado por desvelar el secreto de la esencia vital. Cuando lo logra, decide probarlo insuflando vida en un ser artificial compuesto por las partes de diferentes cadáveres; como Ericto, las consigue hurgando en cementerios y morgues. Neurótico, aislado y demacrado, Frankenstein culmina su obra, pero la criatura majestuosa que pretendía crear resulta ser un engendro monstruoso, y su gran proeza se vuelve una pesadilla.

Ahora que lo había conseguido, la hermosura del sueño se desvanecía y la repugnancia y el horror me embargaban (vol. 1, cap. 4).

Aquel cadáver tampoco quiere despertar, le espera un suplicio de soledad, angustia y violencia que provocará una cadena de desgracias. Como los muertos de Lucano y Cervantes, el monstruo se convence de que solo encontrará la paz muriendo de nuevo.

Portada de Frankenstein de Mary Shelley, edición de 1831.
Portada de Frankenstein de Mary Shelley, edición de 1831. Fuente: https://archive.org/details/ghostseer01schiuoft.

El propio subtítulo de la novela da otra pista: Frankenstein tiene también mucho de Prometeo, el titán de la mitología griega que robó el fuego a los dioses para otorgárselo a los humanos; los dos transgredieron las normas más esenciales y fueron castigados por ello junto a sus creaciones. En todo caso, el macabro doctor también es un reflejo de ciertas personas reales, como Luigi Galvani o Andrew Crosse, que en la época de Shelley estaban realizando polémicos experimentos en torno a la galvanización, la generación espontánea de vida artificial. Las inquietudes de Frankenstein responden a los sorprendentes descubrimientos del momento acerca de los vínculos entre biología y electricidad, así como de las diversas teorías acerca del origen de la vida más allá de la religión. Así, los antiguos fantasmas se reinventaban para explorar las nuevas cuestiones.

 

LOS MUERTOS NO DEBEN DESPERTAR

La incomprensible ansia por morir de estos renacidos quizá tenga bastante sentido. Lucano simpatizaba con la causa de Pompeyo, así que escribió una epopeya antiépica: Farsalia es la crónica de un fracaso bélico, político y moral. Por eso su universo es sobrecogedor e incómodo, porque no existe un destino glorioso predeterminado por los dioses, sino el simple caos a merced de la debilidad, la ambición y la crueldad humana. Su muerto desesperado es la máxima expresión de esa total incertidumbre, incluso ante la muerte.

Para Cervantes los numantinos eran los máximos exponentes del valor, el honor y la libertad de la nación española. Sin embargo, los presenta realizando prácticas demoniacas propias de salvajes. ¿Con quién debían identificarse los espectadores? En un tiempo en que la política imperial de Felipe II estaba siendo cuestionada, los bandos no estaban tan claros: los imperios que tiranizaban también traían la civilización; los colonizados que resistían permanecían estancados en la barbarie. La nigromancia de Marquino hacía a los héroes menos buenos, y menos malos a los villanos.

En la ciencia ficción de Shelley, esa ambigüedad invita a pensar sobre los problemas del progreso. En una sociedad pletórica ante los avances atropellados de la industrialización y la modernidad, la escritora imaginó las imprevisibles consecuencias de un descubrimiento que atentaba contra los sentimientos y la dignidad humana. El desastroso experimento de Frankenstein muestra los riesgos de una ciencia sin ética.

Paradójicamente, estos tres relatos sobrenaturales esconden una visión profundamente racional y realista del mundo. Concebidos en contextos de cambio, no pretenden dar una respuesta fácil: reconocen en el ser humano la capacidad de actuar más allá de los esquemas establecidos advirtiendo de sus peligros; dejan recaer sobre las personas, su imaginación e inteligencia, la responsabilidad de decidir los límites.

 

Para leer más

Armas, F. (1996): The Necromancy of Imitation: Lucan and Cervante’s La Numancia. En Simerka, B. (ed.): El Arte Nuevo de Estudiar Comedias: Literary Theory and Spanish Golden Age Drama (246-258). Lewisburg-Londres: Bucknell University Press-Associated University Presses.

Weiner, J. (2015): Lucretius, Lucan, and Mary Shelley’s Frankenstein. En Rogers, B. y Stevens, B. (eds.): Classical Traditions in Science Fiction (46-74). Oxford-Nueva York: Oxford University Press.

Tomás Aguilera Durán

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