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Los perros del conquistador

Demasiados historiadores […] hacen historia de la misma manera que tapizaban sus abuelas. Al puntillo. Son aplicados. Pero si se les pregunta el porqué de todo ese trabajo, lo mejor que saben responder, con una sonrisa infantil, es la cándida frase […]: «Para saber exactamente cómo pasó». Con todo detalle, naturalmente. (Lucien Febvre, 1953, Combates por la historia, p. 68).

Pintura de Pedro Subercaseaux sobre la primera llegada de los españoles de Diego de Almagro a Chile, lo que iniciaría la conquista. Incluso los perros de la imagen fue objeto de controversia.
Descubrimiento de Chile, Pedro Subercaseaux, 1913. Fuente: Museo Nacional de Bellas Artes de Chile.

UN INSTANTE HISTÓRICO

El Congreso Nacional de Chile se incendió en 1895 y en 1906 lo dañó un terremoto. Su costosa reconstrucción acabó justo a tiempo para celebrar el Centenario de la Independencia en 1910, pero aún faltaba decorar la cabecera de su Salón de Honor. Para solucionarlo, los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados, Fernando Lazcano y Carlos Balmaceda, encargaron una gran pintura a Pedro Subercaseaux, uno de los artistas más valorados del momento. El tema debía estar a la altura del espacio más solemne del edificio, así que se escogió un momento especialmente simbólico: la primera vez que una expedición española divisó territorio chileno.

Subercaseaux realizó un cuadro magnífico. Recrea el preciso instante en el que Diego de Almagro llegó al valle de Copiapó en 1536, después de viajar desde Cuzco por una durísima ruta a través de los Andes. El adelantado se asoma majestuoso sobre su caballo blanco, alzando su espada, con todos los emblemas imperiales y rodeado por sus tropas y los guías andinos que le condujeron hasta allí. Junto a los conquistadores, un perro contempla también Chile por primera vez.

Sala de Honor del antiguo Congreso Nacional de Chile. Fuente: Biblioteca del Congreso Nacional de Chile.

LA COMISIÓN DE EXPERTOS

La calidad artística del lienzo no era suficiente. Se trataba de un episodio fundacional en la sede central de la soberanía nacional, de modo que sus detalles no podían quedar al azar por incompetencia o desidia. La recreación debía ser precisa como mandaban aquellos tiempos consagrados al progreso y el conocimiento científico. Por eso se solicitó a la Sociedad Chilena de Historia y Geografía que formase una comisión de expertos encargada de examinar la obra y determinar su exactitud.

Ciertamente, se tomaron la tarea extremadamente en serio y contactaron con múltiples especialistas para asesorarse sobre aspectos muy concretos: varios historiadores analizaron la correspondencia cronológica de los símbolos, armas e indumentaria (siendo la indígena la más desafortunada); un astrónomo discutió el ángulo de incidencia de la luz solar según la fecha y la ubicación; un botánico determinó la especie concreta de cactus que aparece, precisando la época y colorido de su floración; también se admitió que el artista había disimulado con acierto la fealdad de Almagro, su ojo tuerto y escasa estatura.

Incluso el perro fue cuestionado. Subercaseaux, en sus Memorias, relata sarcásticamente cómo los políticos y académicos se arremolinaban en torno a su obra señalando errores absurdos: un tal Philippi comentó que el perro no era creíble: «Es de raza de patas muy delicadas, por lo que le habría sido difícil a ese animal franquear las rugosas pendientes de los Andes».

El examen fue implacable, pero el informe concluyó algo fundamental: «Tampoco ha querido el señor Subercaseaux pintar la llegada de Almagro con descarnada fidelidad histórica; habría resultado, de seguro, espeluznante». Se refería a los efectos del desastroso trayecto andino, cuyos relatos describen a los supervivientes exhaustos, quemados por el frío y heridos por las piedras cortantes. Más allá del deseo de veracidad, parecía conveniente cierta idealización.

HAMACAS EN LOS ANDES

El proceso resultó exasperante para Subercaseaux. Según él, toda aquella parafernalia respondía únicamente a las pugnas políticas, era una excusa para boicotear la iniciativa de los presidentes. Además, el comentario sobre el perro debió molestarle especialmente, pues era muy aficionado a incluirlos en sus dibujos y pinturas; también los hay en otras obras suyas sobre aquella exploración, La primera misa celebrada en Chile (1904) y la Salida de Almagro del Cuzco (1907).

Lo increíble es que la polémica debió de surgir realmente, porque el informe parece hacerse eco de ella. En una nota al pie, se aclara que Almagro solicitó el envío de una montería de perros, además de caballos y diversos útiles para el viaje. La comisión dedujo que debía tratarse de perros de caza; así quedaba zanjada cualquier duda sobre la procedencia y variedad del animal.

Efectivamente, Subercaseaux estuvo acertado, Almagro llevaba perros consigo. De hecho, los documentos cuentan más cosas sobre ellos que el informe no recoge. En aquella ruta por las montañas los indígenas que iban al servicio de los españoles murieron masivamente de frío y agotamiento; en una causa judicial de 1540 se afirma que Almagro hizo que transportasen a los españoles en hamacas y a sus perros sobre los hombros. Después de todo, la apreciación de Philippi carecía de sentido, pues aquel perro no caminó demasiado.

En este cuadro sobre la llegada de los españoles a Chile también están representados los perros que acompañaban a la expedición.
La primera misa celebrada en Chile, Pedro Subercaseaux, 1904. Fuente: Wikimedia Commons

LOS PERROS DE LA CONQUISTA

En realidad, todo conquistador tenía perros, pues eran muy útiles para rastrear, vigilar asentamientos y cazar animales y personas. Siempre ha habido perros de guerra, se los acorazaba con petos y collares de pinchos y se los azuzaba al inicio de la batalla para crear desconcierto y romper las líneas enemigas. No obstante, en América tuvieron un protagonismo nuevo. En un territorio hostil y extraño, donde el enemigo era abrumadoramente superior en número, resultaba imprescindible dominar la dimensión psicológica. Por eso aperrear indios fue una práctica cotidiana desde que Colón pisó la primera isla caribeña.

Aparte de la guerra, los perros se utilizaron como técnica de castigo y ejecución para aterrorizar y disuadir a los rebeldes, haciendo que despedazasen vivos a los prisioneros y los sirvientes que desobedeciesen, cometiesen algún delito o intentaran fugarse. Las fuentes insisten en que su efectividad dependía de que estuviesen «cebados en indios», es decir, alimentados con la carne de los indígenas ajusticiados y caídos en combate. De este modo, cuando se les ordenaba rastrearlos, perseguirlos o atacarlos, se lanzaban de una forma más automática y furiosa.

Puede que las decenas de testimonios de soldados, funcionarios y evangelizadores sean exageraciones. El caso es que tras los primeros años de conquista surgió un problema muy real. Los perros de guerra perdidos y abandonados criaron manadas salvajes, lo que resultaba molesto porque se comían el ganado y la mano de obra. Tan escandaloso era que una real cédula de 1541 ordenó al virrey de Perú que matase a los «perros carniceros» y prohibiese que se criaran más de ese modo, porque ya «no había necesidad dellos». En los años siguientes se promulgaron leyes similares para todos los territorios americanos, y los gobernadores organizaron partidas de caza y ofrecieron recompensas para exterminarlos.

LOS MÁS BRAVOS Y CRECIDOS

Pero Chile era diferente. Allí la conquista no terminó y las disposiciones de ese tipo casi nunca se cumplieron. Almagro llevó a Chile los primeros perros europeos, pero tendrían una larga historia. Las referencias de las crónicas son habituales y se extienden a lo largo de aquella guerra infinita.

Góngora de Marmolejo, un soldado que combatió allí durante décadas, cuenta de una campaña en Valdivia en torno a 1560 que «Tenían unos perros valientes cebados en indios —¡cosa de grande crueldad!— que los despedazaban bravamente; hacíales la guerra la más cruel que se había hecho». En la crónica de otro militar, Mariño de Lobera, se les considera un instrumento de la voluntad divina; cuenta que, en cierta ocasión, eligieron devorar a un indígena en concreto, que resultó ser un traidor, dejando ilesos a los inocentes, como si de una parábola bíblica se tratara.

Tantos perros había en Chile que, durante un asedio a la ciudad de Concepción en 1565, Pedro de Villagra ordenó matarlos porque el escándalo de los ladridos y aullidos era insoportable cada vez que tocaban armas. Tan fieros eran que se solicitaban en Perú para utilizarlos como vigilantes, según el jesuita Bartolomé Cobo en 1653: «Se estiman en esta ciudad de Lima los que se traen de Chile, donde se crían los perros más bravos y crecidos que yo he visto en Indias».

IMÁGENES Y CONCIENCIAS

El informe tenía razón, una representación realista habría sido espeluznante. En una escena menos amable, los perros de Subercaseaux podrían haberse parecido más a los de Theodor de Bry. Él retrató, por ejemplo, a los perros de Vasco Núñez de Balboa cuando este mandó ajusticiar a cuarenta pobladores de la actual Panamá por llevar atuendo femenino, acusados de sodomía. Para transmitir toda su ferocidad y crudeza, Bry se inspiró en otra pintura, El dragón devorando a los compañeros de Cadmo de Hendrick Goltzius (1588). Hay formas muy distintas de imaginar a los perros de los conquistadores.

Afortunadamente para la iconografía chilena, el debate que ocupaba a aquellos próceres de la nación no contemplaba la cuestión de las hamacas y las personas devoradas. Lo importante era el poncho del inca, el color de las flores y el estilo del pomo de la espada, y aquellos detalles importantes eran razonablemente precisos. Así se decidió que el cuadro era digno de aquel lugar emblemático, para gloria de la nación y alivio del artista.

Finalmente se acordó aprobar mi obra. Recibí la suma estipulada, justo a tiempo para poder partir hacia Buenos Aires y Europa, llevando solo sobre la conciencia una cierta inquietud por aquel perro de patas delicadas.

El grabado representa el momento en que Balboa condena a muerte a un grupo de indígenas haciendo que sus perros los devoren vivos.
Vasco Núñez de Balboa ajusticia a un grupo de indígenas en Panamá, grabado de Theodor de Bry en Americae Pars Quarta de Girolamo Benzoni, 1594. Fuente: Internet Archive.

Para leer más

Bueno Jiménez, Alfredo. (2011). Los perros en la conquista de América: historia e iconografía. Chronica Nova. 37, 177-204.

Oyarzún Navarro, Aureliano et al. (1914). Informes y otros antecedentes sobre el valor histórico del cuadro «Descubrimiento de Chile» del señor don Pedro Subercaseaux. Revista Chilena de Historia y Geografía. 9/13, 69-94.

Subercaseux Errázuriz, Pedro. (1962). Memorias. Editorial del Pacífico: Santiago de Chile.

Toribio Medina, José. (1888-1902). Colección de documentos inéditos para la historia de Chile. Imprenta Ercilla: Santiago de Chile.

Tomás Aguilera Durán

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