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Teilhard de Chardin, el jesuita científico

Fotografía de Pierre Teilhard de Chardin Fuente: teilhardproject.com

Pierre Teilhard de Chardin (Orcines, Francia, 1881- Nueva York, EE. UU., 1955) fue una de las figuras destacadas de la primera mitad del siglo xx. Se ordenó jesuita, pero además ejerció como paleontólogo y filósofo, ámbitos que le sirvieron para ofrecer una interpretación personal en relación con la evolución.

Los planteamientos tan particulares que ofreció crearon gran controversia tanto a favor como en contra dentro de los ámbitos científico y religioso. No obstante, su originalidad permitió la acuñación del término «punto omega» o la interpretación del concepto «noosfera», recogida del científico ruso Vernadski, padre de algunas disciplinas modernas. Estos conceptos muestran una visión cosmológica. Estos forman parte de la línea progresiva y finalista que planteará en su interpretación evolutiva donde, mediante una perspectiva teológica alejada de planteamientos positivistas o puramente materialistas, llegó incluso a vincularla a la realidad espiritual.



Vida y obra

Nació en el castillo de Sarcenat, Orcines, dentro de la región francesa de Auvernia en el seno de una familia de origen aristocrático. Cuarto de once hermanos, heredó de su padre, Emmanuel Teilhard, su pasión por la naturaleza y de su madre, Berthe de Dompiere, su deseo espiritual. Aspectos que aglutinará en su desarrollo intelectual.

Cursó estudios en el colegio jesuita de Mongré (Villefranche-sur-Saône, cerca de Lyon), orden en la cual ingresará como novicio al cumplir dieciocho años en 1899. Posteriormente, se trasladará a Inglaterra, debido a la promulgación de la ley francesa de separación de la Iglesia y el Estado de 1905, encabezada por Émile Combes. Esta ley afectará a las congregaciones religiosas al terminar con su financiación estatal y marcando el laicismo republicano en el país. En territorio británico continuará ligado a los jesuitas estudiando en centros suyos, primero teología en Jersey y, posteriormente, se ordenó sacerdote en Hasting.



Pasión científica

Pero su vocación religiosa fue siempre acompañada de una pasión científica, ya que entre 1905 y 1908 realizó, en Egipto, estudios de geología relativos a las formaciones numulíticas de Mokattan. Además, ejerció como profesor de física y química en El Cairo. Tras su vuelta a Inglaterra, en 1909, conocerá al naturalista Charles Dawson, con quien compartió interés por la paleontología. Este hecho le llevó a participar en 1912 en las excavaciones emprendidas en Sussex, donde apareció el Eoanthropus dawsoni u hombre de Piltdown. Este descubrimiento causó un gran escándalo al demostrarse ser un fraude por parte de Dawson y Smith Woodward.

Posteriormente, trabajará en diferentes lugares fuera del Reino Unido. Destaca su vinculación con el Museo Nacional de Historia Natural de Francia (1912), como agregado del laboratorio de Paleontología. Aquí trabajó con el director del mismo, Marcellin Boule, exhumador del primer esqueleto completo de neardental. Destaca también su labor en el Instituto de Paleontología Humana junto con Henri Breuil. Con él participará en diversos proyectos, empezando por las excavaciones en los yacimientos de Cueva del Castillo de Puente Viesgo o en Altamira, ambos en Cantabria, ya en 1913. Un año después se verá interrumpida su actividad académica por la I Guerra Mundial, donde sirvió como camillero en el frente. Dada su labor logró la cruz de guerra (1915), la medalla al mérito militar (1917), además de ser nombrado caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor (1920).




Teilhard de Chardin sin el hábito de sacerdote.
Fuente: mercaba.org

Durante y tras la Gran Guerra

Durante el transcurso de la Gran Guerra se publicaron sus trabajos iniciales filosóficos, base de su pensamiento, como fueron La vida cósmica y El potencial espiritual de la materia. Del mismo modo, también se mantuvo su labor investigadora. Pudo continuar sus búsquedas y hallazgos, como el relacionado con la microfauna de Cernay, parte de su tesis doctoral. Finalizada la guerra asentó su posición en la Compañía de Jesús. Entre 1922 y 1926 estudió en La Sorbona de París, donde realizó tres licenciaturas en el campo de las ciencias naturales (Geología, Botánica y Zoología), además de un doctorado. Durante estos años inició su relación vital con China gracias a su primer viaje en 1923, que coincide con sus clases como profesor en el Instituto Católico de París, cuya docencia dejó al enfrentarse con la Santa Sede por su rechazo a la idea tradicional respecto al pecado original.

Una vida repleta de viajes

A partir de entonces inició una larga estancia en China y, junto con Henri Breuil, descubrieron al hombre de Pekín (Homo erectus pekinensis), emparentado con el hombre de Java (Homo erectus erectus). Este hallazgo resultó una revolución en la época, al demostrarse la capacidad de este homínido para desarrollar industria lítica y manipular el fuego, llevando aparejada una nueva comprensión de la evolución. Trabajó en diversas ciudades de China, como Tientsin o Pekín. También realizó una pequeña expedición entre 1923 y 1926 por Mongolia Oriental. Además, estuvo a cargo del Museo de París y fue nombrado consejero del servicio geológico de China en 1929.

Teilhard de Chardin durante su estancia en China.
Fuente: revistaesfinge.com

En los años siguientes coinciden una profusa actividad científica y viajera. Etiopía en 1928, EE. UU. en 1930, donde participará en la expedición del Museo de Nueva York por Asia Central descubriendo al Sinanthropus. Además de su participación en el Crucero Amarillo (1931), consistente en una expedición desde Cachemira hasta el río Amarillo, patrocinada por André Citroën y George Marie Haardt. El fin era promocionar vehículos y abrir nuevas vías de circulación para estos por el mundo.

En 1935 irá a la India y a Java al año siguiente, donde investigará sobre el Pithecanthropus, así como a Birmania en 1937. Durante este tiempo tendrá su residencia oficial en China, donde participó en investigaciones a lo largo de diversas regiones y ciudades como Shanxi en 1932, Henan en 1934, Shandong en 1936 o su extensa estancia en Pekín (1939-1946).



El final

Con el estallido de la II Guerra Mundial permaneció en China. Regresa a Francia en 1947 al ser nombrado director de investigaciones del Centre national de la recherche scientifique. Posteriormente, en 1950, ingresó en la Academia de las Ciencias de Francia como reconocimiento a su trayectoria. A partir de 1951 su residencia definitiva estuvo en Nueva York, como agregado de la Wenner-Gren Foundation, lo que coincide con sus últimas expediciones en el sur de África (1951-1953). Falleció en la ciudad neoyorquina el 10 de abril de 1955, en un guiño del destino para este jesuita y científico, al coincidir el día de Pascua con el día de la ciencia y del investigador.

Postulados filosóficos

En 1958, debido a su heterodoxia, la mayoría de obras de Teilhard de Chardin fueron prohibidas y retiradas de las bibliotecas de las congregaciones religiosas por el Santo Oficio. Asimismo, gran parte de sus obras no pudieron publicarse hasta su muerte. Fue entonces cuando quedaron en manos de su secretaria y albacea, Jeanne Mortier, quien las agrupó a partir de compilaciones extraídas de artículos y cartas, con el apoyo de varias personalidades científicas y filosóficas.

Solamente se publicaron como libros su obra fundamental escrita entre 1938 y 1939. Estos son El fenómeno humano (1955), El medio divino (1957) y El lugar del hombre en la naturaleza (1965). A estas obras se le unieron con posterioridad La aparición del hombre (1956), Cartas de un viajero (1956), El grupo zoológico humano (1956), La visión del pasado (1957), El futuro del hombre (1959), La energía humana (1962), La activación de la energía (1963), Ciencia y Cristo (1965), Cómo yo creo (1969), Las direcciones del futuro (1973), Escritos del tiempo de la guerra (1975) y el Corazón de la materia (1976). No obstante, todavía hay escritos pendientes de publicar o bien en proceso de reeditar.

Teilhard de Chardin.
Fuente: biografiasyvidas.com

Precisamente la expansión de sus publicaciones y, por ende, de su pensamiento le hicieron reconocible en el ámbito científico, donde se estableció un profundo debate entre partidarios, a los cuáles deben unirse sectores del catolicismo, y detractores, principalmente en el ámbito teológico.

La base de su pensamiento

En la base del pensamiento de Teilhard de Chardin se pudo contemplar la integración del «problema del hombre» a través de los descubrimientos científicos y de su religiosidad. Por consiguiente, planteó un evolucionismo teleológico opuesto al concepto materialista de Darwin. De este reconoce su interpretación del universo creado, pero alejándose de una visión mecanicista y materialista. Estos aspectos se integraron en su concepción cosmológica del universo a través de la fe. Es decir, planteó el universo desde una perspectiva de evolución personal hacia el espíritu y donde la concepción suprema es Cristo-Universal. Por tanto, la materia originaria ya contenía en origen la «conciencia», entendida como elemento organizador, motivo por el cual mostró una perspectiva teológica por encima de una mecanicista.

A través de esta concepción introdujo una evolución desde la idea de la previda, entendida como el mundo inorgánico, hacia la vida, que será la biosfera. Esta última tiende a la producción del mundo humano y a su culminación, que es el pensamiento o noosfera. Pero Teilhard de Chardin no consideraba aquí el final evolutivo, ya que todo en conjunto (universo, hombre e historia) tenderá al denominado «punto omega», el Cristo cósmico, que es punto de unión de la humanidad y que nombra como «cristosfera». Por consiguiente, su cosmovisión se resume en las siguientes frases: «Creo que el Universo es una Evolución. Creo que la Evolución va hacia el Espíritu. Creo que el Espíritu se realiza en algo personal y creo que lo Personal supremo es el Cristo-Universal» (Ignacio y la Compañía: del castillo a la misión de M.ª Lara Martínez y Laura Lara Martínez).

Cuatro postulados clave en su pensamiento

Precisamente su obra transmite una visión optimista y esperanzadora en contraposición con otros postulados filosóficos coetáneos. Esto es debido a que su pensamiento se basó en un camino tendente hacia Cristo como destino final de la creación bajo cuatro aspectos fundamentales.

Tiempo

El primero basado en el tiempo, como una cuarta dimensión, ejerciendo un papel principal, puesto que contrapone el cambio constante en la creación frente al inmovilismo presente en lo inexistente.

Evolución universal y conciencia

Otro punto clave se encuentra en la propia evolución universal. Aquí se integra la vida junto a la materia misma y al pensamiento o espíritu, resultando necesario darle un sentido a todo el proceso. Perspectiva que encaja con el tercer principio básico de su pensamiento, consistente en aceptar la existencia de una tendencia hacia el logro de niveles superiores de complejidad y, al mismo tiempo, de conciencia.

Punto omega

Dentro de este proceso ascendente se encontrará el último concepto básico, relativo al citado «punto omega». Este resulta fundamental para entender, a gran escala y como cierre significativo, su pensamiento evolutivo. Esto se debe a que implica la unidad armonizada de un conjunto de conciencias, creando una superconciencia. Es decir, cada reflexión personal de los individuos acabará asimilándose y reuniéndose en un único y gran pensamiento. De tal manera, que Teilhard de Chardin rechaza las tendencias hacia el aislamiento o marginación (individual o colectiva) dentro de la sociedad, ya que implica una exclusión de la evolución, la cual se realiza en última instancia en conjunto.

Otros postulados rechazados por la Iglesia

Junto a los postulados generales del autor, han surgido otros que llevaron a su rechazo por parte de la jerarquía eclesiástica. Como asumir el transformismo evolutivo sobre las especies de Darwin, la negación de la redención por la propia obra de Cristo, así como del pecado original desde una perspectiva tradicional. Incluso de una cierta visión panteísta desde su visión evolutiva y cósmica. Estos aspectos, junto con otras interpretaciones personales relativas a los sacramentos o el matrimonio e, incluso, a la autoridad de la Iglesia, llevaron a la prohibición de sus obras.

No obstante, su figura ha sido rehabilitada en las últimas décadas, sobre todo desde el 2000. A partir de esta fecha es cuando se ha reconocido la influencia teológica de la obra de Teilhard de Chardin dentro de la Iglesia católica, así como su labor por conciliar ciencia y fe. Por tanto, podemos decir que, por encima de sus teorías heterodoxas, se encuentra una figura que intentó reinterpretar la evolución mediante la búsqueda de la relación entre el hombre y la naturaleza, así como entre religión y ciencia, lo que desencadenó un intenso debate que repercutió directamente en el Concilio Vaticano II y sus consecuencias.

Javier Solís 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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