Fútbol y covid 19
Opinión

Pediludium, Quo Vadis? Vicisitudes balompédicas en tiempos de pandemia

LA PLUMA Y EL BALÓN: PODEROSA RELACIÓN

Albert Camus (1913-1960), ensayista y filósofo francés (entre otras ocupaciones), nos ha legado una aseveración que, en el convulso momento histórico en el que nos encontramos inmersos, nos parece oportuno sacar a la palestra con el propósito de agitar la mente y, quizás, hasta la conciencia de quien tenga a bien leer nuestra modesta reflexión al respecto: «lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol».

Quizás haya algunos, o muchas, que puedan sorprenderse ya no solo de que todo un Premio Nobel nos ofrezca semejante pieza de sabiduría condensada en tan pocas y certeras palabras, sino de que la intelectualidad literaria y humanística en general pueda siquiera manifestar semejante grado de interés y predilección por una cuestión que parece tan nimia como el balompié. Ya saben, dar patadas a un balón. Todos ellos (y ellas) es probable que se sorprendan al saber que ambas cuestiones, además de ser potencialmente compatibles sin dificultad alguna, cuentan con un abanico de partidarios mucho más amplio que Monsieur Camus; en España, entre otros, el «pionero» Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), Enrique Vila-Matas (1948-…) o Javier Marías (1951-…).



Pero no es nuestro propósito principal, como decíamos, realizar una enumeración de sus partidarios intelectuales más sobresalientes, sino, primeramente, incidir en la necesidad de dicha relación. Y es que la frase con la que hemos comenzado, amén de poder ser interpretada, desgranada e incluso confrontada en y desde múltiples perspectivas, deja claro en nuestra humilde opinión que, tal y como hemos venido reiterando cual martillo pilón durante nuestras colaboraciones Desde la General, el fútbol conforma un complejo y variado universo que, sin lugar a dudas, va mucho más allá de golpear el balón. Y es que hasta dicha circunstancia requiere de cierto grado de técnica individual y un no menor deseo de interacción colectiva, puesto que desde el mismo momento en que rueda el balón la esencia del juego es establecer relaciones con tus compañeros de equipo, la esencia de dar pases vamos, para intentar superar rivales hasta poder meter gol.

EL IMPACTO DE LA COVID-19 EN EL FÚTBOL ESPAÑOL

Pero no nos desviemos. Desde el pasado mes de marzo la práctica totalidad de la ciudadanía de este nuestro país hemos sentido, en grado y forma muy diversa, el peso de la Historia sobre nuestros hombros. He llegado a escuchar incluso que, desde la última y cruenta guerra incivil acaecida entre los años 1936-1939, era el proceso de carácter histórico más trascendente por el que había atravesado el Reino de España. Quizás sea precipitada, carente de perspectiva e incluso aventurada dicha afirmación, el tiempo lo dirá, pero lo que resulta claro es que nadie ha quedado incólume ante los devastadores efectos de la COVID-19. Familiares, amigos, conocidos, compatriotas y conciudadanos de los cinco continentes, parte significativa de los cuales, por desgracia, ya no se encuentra entre nosotros.



Obviamente el universo fútbol no ha sido ajeno y, como siempre, los mayores rigores han sido experimentados por aquellos que conforman lo que cuasi peyorativamente ha venido en denominarse «fútbol no profesional». A mediados de marzo todas las competiciones quedaban temporalmente suspendidas para, aproximadamente dos meses después, finalizar únicamente aquellas pertenecientes al «fútbol profesional» con la excepción de las fases de ascenso de Segunda B a Segunda A y de Tercera a Segunda B. Una decisión nada fácil y en absoluto exenta de polémica que, si le preguntan a un servidor, se ha revelado como una auténtica chapuza. Y no, no me refiero a la paralización total de la competición ya que, por mucho que nos pueda doler, la situación de emergencia sanitaria derivada primero de la ignorancia, más tarde de un infundado y desmedido clima de infundada confianza, seguido de una inacción vergonzante y más tarde de una apresurada acción de brocha gorda a todos los niveles, tanto nacionales como internacionales, así lo exigía. Lo hago en relación a la decisión conjunta tanto de la Liga de Fútbol Profesional, el Consejo Superior de Deportes y la Real Federación Española de Fútbol de finalizar, por lo civil o por lo criminal, determinadas competiciones; casual y prioritariamente, aquellas situadas en los escalones más altos de nuestro fútbol.

A día de hoy, y tras la reunión mantenida el pasado lunes 10 de agosto en la Real Federación Española de Fútbol entre dicha entidad y los representantes de las diversas federaciones territoriales, el futuro de toda competición es toda una incógnita. Con mayúsculas además. Y aquí no hay distinción que valga entre profesionales y amateurs, pues el virus no discrimina. Los contagios no hacen sino gotear in crescendo en el contexto de los entrenamientos de los primeros, bien entre aquellos que tratan de cerrar apresuradamente ejercicio o abrir el próximo y quienes, curiosamente, cuentan supuestamente con mayor cantidad de medios. Los segundos ni siquiera tienen un horizonte al que agarrarse. Se sabe que habrá fútbol, la voluntad es que lo haya, pero no hay certeza sobre su fecha de inicio o las medidas que habrá que observar. Incertidumbre, preocupación o inquietud se apoderan de todos por igual, tendremos que esperar.




¿QUÉ FUTURO NOS ESPERA?

Todo ello, conjuntamente con la anteriormente aludida frase de Camus y el rumor de la posible suspensión hasta enero del próximo año 2021 (o incluso más allá) del «fútbol no profesional», me mueven a preguntarme hacia dónde camina el balompié español. En los últimos años hemos visto impasibles como el negocio de las televisiones imponía, de forma progresiva, inexorable y totalitaria, su dictadura a los más altos niveles de este deporte en detrimento de su principal valor: el aficionado. Así, entre otras cuestiones, hemos ido tragando con horarios esperpénticos, precios desorbitados en todos los órdenes, un reparto de los derechos televisivos injusto que va en detrimento de la competitividad de los equipos profesionales los cuales, paradójicamente, conforman un estatus cada vez más complicado de alcanzar deportiva y económicamente. ¡Si hasta se ha llegado a sancionar a los clubes profesionales por dar la sensación por televisión de que tenían muchos huecos vacíos en sus gradas! En definitiva, me atrevería a decir que la burbuja (otra más) a cuya delirante gestación hemos venido asistiendo durante prácticamente las dos últimas décadas, y de la cuál somos parte significativamente responsable no nos olvidemos, no se está sino deshinchando progresivamente al no existir protocolos, métodos de detección y tratamientos total y absolutamente fiables para combatir la COVID-19.



El grado y consecuencias de dicho proceso dependerán, en gran medida, de la proyección en el tiempo de la compleja situación eminentemente sanitaria en la que nos encontramos inmersos. Lo que me parece claro, independientemente del desenlace final, es que el aficionado está perdiendo. Lleva perdiendo muchos años y la derrota más clamorosa ha sido su silenciosa defenestración, lógicamente amparada en criterios de inmediatez, emergencia pero también, no lo olvidemos, de facilidad y comodidad, de las gradas de los estadios y campos de fútbol de España. Y ya no solo eso, sino que ahora, además de asistir a una nada inocente segregación lingüística entre el fútbol «profesional» y el «no profesional», en el que se obvia la conjunción de profesión, dedicación y devoción por parte de todos los estamentos implicados en ambos, pretenden dejar al escalón más débil y con menos recursos, una vez más, en la estacada sine die.

Ya la simple idea, más allá de que llegue a materializarse o no, además de resultarme un insulto a la inteligencia (eminentemente futbolística), me parece una peligrosa cábala que trastoca múltiples elementos colectivos que ensamblan, aglutinan, forman y hasta pueden resultar educativos para destacados segmentos de nuestra sociedad. De llegar a darse el paso, amén de demostrarse por enésima vez la total y absoluta incapacidad de los máximos responsables del fútbol español, implicará un fracaso no solo organizativo sino también social.

Aitor Fernández escribe sobre fútbol y covid 19

Y lo será puesto que el fútbol, más allá de en sus propios conceptos físicos, tácticos y técnicos, en consonancia con la idea propugnada por Monsieur Camus, debe y es en gran medida transmisor de todo un amplio elenco de valores, tanto individuales y colectivos, que ayudan a completar no solo la formación sino también la educación de cientos y miles de jóvenes en nuestro país; aquellas y aquellos contra los que no pocas voces claman a causa de su presunta (y en notables ocasiones probada) falta de responsabilidad (entre otras muchas cuestiones) y resulta que ahora pretenden, por si no tuviésemos bastante, arrebatarles la posibilidad de su práctica. Además de ello, no podemos olvidar que el fútbol, más allá del denostado atributo de panem et circenses (es decir el fútbol profesional), constituye la ilusión y profesión para una amplia gama de amateurs y semi-profesionales (entre las que, para mayor vergüenza, se encuentra, en el mejor de los casos, el fútbol femenino) que, no lo olvidemos, conforman la amplia mayoría dentro del fútbol español.

Y por último no podemos finalizar sin aludir a aquel otro protagonista sin el cual este complejo y apasionante juego carecería de sentido: el público, los espectadores, los aficionados. Es la hora de remontar, de repensar qué fútbol queremos y de tratar de reconquistarlo en esta horriblemente denominada «nueva normalidad» en la que nada en absoluto es normal. No sabemos si la COVID-19 ha venido o no para quedarse, por lo que ineludiblemente deberemos adaptarnos a ella para una práctica lo más segura posible, pero sin miedo, ya que en la propia esencia del juego no podemos olvidar existe cierto grado de riesgo y la ausencia absoluta de dicho factor, tanto en el fútbol como en la vida en general, resulta sencillamente imposible. Pero dicha adaptación no puede pasar, me niego, por el abandono de su práctica. De ser así, si los aficionados nos amparamos en el silencio auspiciado por los tintes apocalípticos que determinados sectores del poder se empeñan en proyectarnos machaconamente con intereses cuando menos discutibles, seremos cómplices de un proceso de irremediable involución histórica.

Liverpool y working class
Liverpool 1892-1893 | Wikimedia

Dicho en otras palabras: el fútbol, deporte por cuya democratización comenzó a luchar denodadamente la working class británica hacia finales del siglo XIX, un proceso gracias al cual ostenta el título de «deporte rey», corre serio riesgo de volver a convertirse en un deporte practicado por una élite para una élite (económica obviamente). Cierto es que la Historia es inexorable, tiende a repetirse y en ella suele regir en muchas ocasiones la ley del péndulo, pero también entiendo que está en el debe moral de un enamorado del fútbol tratar de evitarlo, en la medida de lo posible, mediante la pluma y la concienciación del colectivo. El fútbol nos enseña que hasta el pitido final no hay que darse nunca por vencido, que puede suceder cualquier cosa, por lo que es el momento de concienciarse y tratar de remontar este trascendental partido en el que no solo el aficionado debe reivindicar su papel como motor del balompié sino que también el propio fútbol debe repensarse para continuar ostentando su estatus como deporte popular de masas con un protagonismo social central, con un cariz eminentemente transversal y transmisor-formador en valores deportivos y humanos. ¿Estamos dispuestos a asumir el reto?

Aitor Fernández Delgado

Redacción
Author: Redacción

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