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Una historia necesaria (La fábrica de las fronteras: guerras de secesión yugoslavas, 1991 – 2001. Francisco Veiga, 2011).

Un autor de hoy en día por el que siento una especial preferencia es Francisco Veiga. A mi juicio, sus libros son amenos y cuenta con una gran habilidad a la hora de sintetizar temas complejos, haciéndolos accesibles al lector corriente. No es de extrañar, pues es especialista en los Balcanes, por lo que, supongo, debe estar acostumbrado a afrontar este tipo de retos. También considero que muchos de sus análisis son extremadamente certeros y que su obra, en general, aporta una visión diferente y crítica de muchos de los acontecimientos de nuestra historia más reciente. Por supuesto, esto ha rodeado a sus trabajos de cierto halo de polémica, pues bastantes son las ocasiones en las que sus opiniones chocan con una realidad impostada por los medios de comunicación y unos intereses creados.

De hecho, hace unos años pude experimentar de primera mano la controversia que despertaba una de sus obras. Fue en el 2008, en un encuentro sobre el Imperio Otomano al que acudieron varios especialistas turcos. Por entonces, el único trabajo suyo que conocía era El turco (Debate, 2006), el cual, a día de hoy, podría considerar como el menos controvertido de todos. Ya entonces, me llamó la atención lo poco receptivos que se mostraron varios de los conferenciantes hacia el libro, cuestionando, en concreto, su visión de la invasión turca de Chipre en 1974 (la Operación Atila). Sorprendentemente, nada se dijo del tema armenio, a pesar de que Veiga lo trata y, antes de marchar, la organización tuvo a bien regalar a cada uno de los asistentes un ejemplar de otro texto sobre los orígenes de Chipre, escrito en este caso por un autor turco que, por supuesto, narraba el conflicto desde un prisma muy diferente.

Este fue un buen preámbulo para mi siguiente acercamiento a su obra, El desequilibrio como orden (Alianza, 2009), un estudio sobre el Nuevo Orden Mundial. En este caso, sí que podría hablar de un trabajo eminentemente polémico, que se aleja por completo del discurso tradicional establecido, el de un orbe neoliberal triunfante, el que se erigió tras 1989, para presentarnos un orden global imperfecto, en el que las alternativas no son meras aberraciones históricas, sino soluciones distintas (y en no pocas ocasiones, necesarias) a una realidad particular muy compleja.

La obra que hoy tratamos va en consonancia precisamente con este último trabajo por su carácter controvertido, cuestionando el papel de las grandes potencias en las guerras de los Balcanes y, en concreto, el de los grandes estados europeos. No en vano, el autor considera la contienda como una auténtica “Guerra del Vietnam europea”, salvo que el precio en sangre lo pagaron los habitantes de la antigua Yugoslavia. El libro también es una crítica acerba a los medios de comunicación, a la forma en que se manipula a la población, a los Think Tanks y a las Guerras de Cuarta Generación. Una obra que da valor al concepto mismo de Historia del Mundo Actual, así como a la necesidad de reexaminar los hechos históricos, aún los más recientes, desde un punto de vista analítico, superando el relato impuesto por unos intereses concretos y un periodismo aliado, tendente por otra parte a simplificar en exceso los conflictos y presentarlos a través de un prisma maniqueo de blancos y negros.

No es mi intención desarrollar aquí todos los puntos del libro. Esto sería imposible, dada la complejidad de las contiendas. Solo señalar una serie de aspectos.




¿Un principio?

Bombardeo de Dubrovnik, 1991

Encontrar un origen al conflicto balcánico resulta una labor complicada. Podríamos buscarlo en la dominación turca y el hundimiento de los imperios del siglo XIX. También en las matanzas de la Segunda Guerra Mundial. O en el naufragio de un régimen, el de Tito, que apenas pudo sobrevivir a su fundador. Quizás en la fracasada fórmula confederal, aquella que se impuso en Yugoslavia tras la Constitución de 1974, que en parte, propició el colapso económico de los 80. Lo cierto es que, si se quiere buscar un origen interno del conflicto, lo suyo sería recurrir a otras dos obras del autor: La trampa balcánica (Grijalbo, 2002) y Slobo. Una biografía no autorizada de Slobodan Milosevic (Debate, 2004).

Pero la guerra también tuvo un fuerte componente internacional, que propició y, sobre todo, alimentó el conflicto. Esta vertiente es desarrollada en este libro, que describe la influencia que tuvo en las guerras de los Balcanes el establecimiento del Nuevo Orden Mundial, la unificación alemana, el colapso ruso en Chechenia o la intervención de la economía yugoslava por parte del FMI (por citar solo algunos ejemplos). Una historia, en muchas ocasiones, de enfrentamientos externos y ambiciones encontradas, con una responsabilidad muy importante en la tragedia que se desarrolló a continuación. En este caso, hablamos de egoísmos de terceras potencias, planes precipitados y temores. Temor en ver alteradas las fronteras de Helsinki de 1975. Temor a una Alemania unificada y ambiciosa. Y temor a una Guerra Fría incompleta en Europa.



Una independencia limpia

Pero, si buscamos un inicio real, lo suyo sería mirar hacia Eslovenia. Es interesante como, últimamente, se suele ensalzar la vía eslovena como un modelo a seguir. Lo cierto es que, al independizarse, los eslovenos abrieron la caja de todos los males, inaugurando el proceso de fragmentación y, de esta forma, todas las guerras posteriores. Fue un ejemplo de anteposición del “egoísmo nacional1 , que describió el embajador estadounidense en pocas palabras: “ellos querían irse; lo que le sucediera al resto de la federación les importaba un ardite. La clave del éxito de los eslovenos fue labrarse el apoyo de los europeos, presentándose como unos férreos europeístas, víctimas de la agresión del estado yugoslavo, el cual representaba la vorágine de los Balcanes. Y lo lograron, a pesar de la reacción medida del ejército yugoslavo y las repetidas muestras de fuerza de sus propias fuerzas armadas.

Más aún, los eslovenos tuvieron un gran éxito en presentar su independencia como “limpia”, aunque en 1992 borraron a efectos administrativos a todos los ciudadanos no registrados como eslovenos: serbios, croatas, gitanos, bosnios… Una limpieza burocrática que privó a todos ellos de sus derechos y que la Unión Europea recriminó durante años a su nuevo socio comunitario.



 

Víctimas y verdugos

El camino esloveno fue repetidamente imitado por el resto de territorios que se quisieron escindir, tratando de presentarse como víctimas frente a la agresión del vecino fuerte, ya fuera la antigua confederación o un estado serbio que encarnaba el neo-comunismo. Apenas importaba que, en cuanto tuvieron ocasión, estos mismos estados practicaran las mismas técnicas y excesos con sus vecinos más débiles. El extremo de esta estrategia de victimización llegó en febrero de 1994, cuando una bomba estalló en medio de un mercado bosnio, matando a varias personas. Este ataque fue entonces atribuido a las fuerzas armadas serbio-bosnias, quienes de esta forma sufrieron el oprobio internacional. Sin embargo, según el autor, el atentado pudo ser perpetrado por los propios bosniacos para ganar el apoyo internacional, algo que probablemente ya habían hecho en 1992.

De izquierda a derecha: Milosevic, Tudjman e Izetbegovic

Lo cierto es que, leyendo la obra, no son pocas las veces que podríamos pensar que Veiga hace de abogado del diablo de los serbios. Puede ser, pero de lo que no hay duda es que cuestiona el discurso sesgado que se ha impuesto de la culpa única. Critica, por ejemplo, que prácticamente se haya olvidado la expulsión de todos los serbios de Krajina (unos 150.000), o la limpieza étnica que los kosovares practicaron tras autoproclamarse como estado independiente.

También hace lo propio con sus líderes. Milosevic podía ser un monstruo, además de un oportunista frío y calculador. Pero también compartía su parte de culpa el líder croata, Tudjman, conocido por su revisionismo del holocausto, su antisemitismo (de hecho, durante un tiempo convirtió su país en un foco de la extrema derecha europea) y sus tratos secretos para repartirse Bosnia. Y poco menos era Izetbegović, el líder bosniaco, un islamista que proclamó en una de sus obras la superioridad del Islam sobre el estado secular occidental, haciendo de Bosnia un lugar para el establecimiento de los muyahidines. Lo mismo podríamos decir de las guerrillas kosovares (las UÇK del conflicto de 1998) y de su líder, quien antes de ser considerado como un estadista por los diplomáticos occidentales, era conocido por tráfico de armas y (esto aún por confirmar) de órganos.

Monumento yugoslavo

En general, la obra transmite una visión realista de los hechos, pero ingrata para aquellos que busquen una historia justa. Lo que encontraran será un relato certero, el del fracaso de la Unión Europea y las otras instituciones internacionales a la hora de encaminar una solución al conflicto. El de una Alemania hegemónica, capaz de condicionar la política exterior comunitaria recurriendo para ello incluso al chantaje. Una apuesta, la que se hizo en favor de Croacia, armando a su ejército, que fue la única vía para hallar una salida (y no siempre justa). Un éxito diplomático, el que se apuntó los EEUU, hecho a costa de sus socios europeos y de la vida de miles de personas, cuando habían saboteado años atrás una solución del conflicto prácticamente similar. En resumen, una muestra del fruto del odio del nacionalismo y la imprudencia internacional a la hora de darle alas y manejarlo.

1 Desarrollado a principios del XX por el polaco de Roman Dmowski.

Miguel Conde 

Redacción
Author: Redacción

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