Como introdujimos en el anterior artículo, el éxito de James Rhodes tras su primer libro, Instrumental (Blackie Books, 2014), el autor ha publicado dos libros más: Toca el piano (Blackie Books, 2016) y Fugas, o la ansiedad de sentirse vivo. En este último, el popular músico narra a modo de diario el frenético ritmo en una gira musical europea. En este contexto, Rhodes desvela lo más profundo de sí mismo, la ansiedad, el miedo al fracaso, el estrés postraumático… y la increíble sensación de haber logrado un buen concierto tras el duro trabajo y la respuesta entregada de los espectadores. No obstante, los temas continúan siendo los mismos: la locura y la música.
Así pues, en estas líneas desarrollaremos estos dos temas, todo ello en un contexto literario distinto: la narrativa de Thomas Mann.
Thomas Mann y la locura
El ganador de un Premio Nobel en 1929, Thomas Mann (1875-1955), es considerado uno de los escritores más importantes de su generación. De toda la producción literaria de Mann, el título que nos interesa aquí especialmente es el relato breve Tristan, aunque no podemos olvidar dos de sus grandes obras: Muerte en Venecia y La montaña mágica.
Estas novelas tienen componentes que encontramos comunes con Rhodes, y ese será el objetivo de este artículo, relacionar a uno de los grandes escritores del siglo XX con otro artista mediático que bien representaría tanto lo bueno como lo malo de la época actual.
Tristan puede considerarse predecesora de la monstruosa La montaña mágica. Recibe su título de la obra perteneciente al ciclo artúrico, Tristan e Isolda, en la que los dos protagonistas se enamoran perdidamente a causa de una poción mágica tomada por error. El destino los une en un amor condenado, donde sus caminos se cruzan y entrecruzan hasta acabar con la funesta muerte de ambos.
Amor, locura, destino y muerte infieren en esta maravillosa pieza la idea del destino ineludible. Como ineludible es el título de la obra de Spinell, uno de los protagonistas del cuento de Mann, y del que hablaremos a continuación.
Vocación Ineludible

Ya conocía algo de la obra de Thomas Mann, pero sin duda lo que de verdad me reveló la magia de sus letras fue entender el significado del arte, y en especial de la música, en algunos de sus textos.
Desde el comienzo de la obra, al igual que ocurre en La montaña mágica, el lector puede adentrarse en el escenario que nos presenta el narrador. Como si del comienzo de una obra de teatro se tratase, nos dice «¡He aquí el sanatorio Einfried!». La gran maestría del autor se nos muestra a la hora de describir con todo lujo de detalles el diseño y la decoración del edificio, al igual que con los personajes que allí conviven, basado en el sanatorio donde estuvo ingresado el mismo autor durante una dolencia pulmonar.
El narrador, omnisciente en tiempo y espacio, conoce todos los entresijos del lugar. Sin embargo, deja vacíos de información para que sea el lector el que saque sus propias conclusiones.
Al comienzo del relato dice «Ahora, como antes, dirige el establecimiento el doctor Leander». Muy sutilmente nos adentra en una historia que ya sabemos que va a cambiar el destino del lugar, o al menos de parte de sus enfermos. La vida y la muerte transcurren sin mayores sobresaltos. La vida continúa, o algo parecido a ella. Al igual que ocurre con La montaña mágica, el ambiente es de absoluto aburrimiento rutinario. No obstante, a comienzos de año (no sabemos el año), llega al sanatorio un matrimonio que ya nos llama la atención. Bien por su elegancia, bien por la belleza y delicadeza de ella. El marido, el señor Klöterjahn, es un comerciante bastante bien posicionado que cuida de forma exagerada de su esposa, aquejada supuestamente de la tráquea, tras dar a luz a un bebé sano y fuerte.
La descripción de la señora Klöterjahn me recuerda mucho a Muerte en Venecia, donde los rasgos de Tadzio —al igual que pasa con Gabriela— se asemejan a los de las estatuas de bronce del arte romano y griego, perfectas, delicadas, etéreas. Pese a esa perfección, hay algo que la delata y que como sucede con otras grandes obras de la literatura universal, como en El extranjero con la climatología o el calor, un simple «defecto» físico desvela los sentimientos y emociones de los personajes. En el caso de Gabriela, se trata de una pequeña vena azul en la frente, que se acentúa en momentos de tensión narrativa.
Tras un tiempo de estancia del matrimonio en el sanatorio, el señor Klöterjahn debe regresar a sus importantes negocios y a su querido y rollizo hijo. Este es un aspecto a señalar, pues cuanto más fuerte y sano está el hijo, más débil y enferma se encuentra la madre.
Es entonces cuando comienza la verdadera obra, cuando la pieza operística tiene comienzo. Cuando el destino interviene para desestructurarlo todo. La señora Klöterjahn, Gabriela, conoce a un escritor ingresado en la institución, Spinell. Pese a no padecer aparentemente ninguna enfermedad, el escritor dice no poder irse por culpa del estilo. Al igual que Gustav von Aschenbach, busca la belleza y la perfección sobre todas las cosas. Quizás por eso solo había conseguido escribir una sola novela —de la que hemos hablado anteriormente— Vocación ineludible, de un gusto exquisito, pero no muy buen considerada entre los enfermos.
Entablan una amistad, en los momentos que coinciden entre terapias, donde hablan de arte y del pasado. Él la venera con delicadeza y cuidado, siempre intentando respetar su espacio y cansancio. Poco a poco los momentos de conversaciones íntimas van aumentando, y la señora Klöterjahn se debate entre si su compañía le es o no beneficiosa.
Una de las últimas noches de invierno, la mayor parte de los enfermos acuden a una excursión, excepto los enfermos más graves, Gabriela y, por supuesto, Spinell. En esta parte del relato la música es la protagonista. Los dos pacientes hablan de ella y Gabriela toca la pieza de la ópera de Wagner, Tristan e Isolda, en el piano de una de las salas. La pieza nos habla del destino, que sin vivirlo físicamente, les une a estos dos pseudoamantes, condenados a un trágico final.
Tras esa noche, en la que Gabriela se desposee del apellido del marido y regresa a sus recuerdos de infancia, cuando tocaba el piano y era feliz junto a su padre y sus amigas, enferma gravemente y fallece. Spinell queda sumido en la oscuridad, y las cartas se depositan sobre la tabla frente al lector. El señor Klöterjahn, preocupado por sus negocios y por su hijo, casi describe a su esposa como un trofeo; mientras que el frágil y extravagante escritor vela por su pureza incorruptible y huye, tras la risa frenética y siniestra del hijo.
Conclusión
No es el único caso en la literatura en la que la muerte, la locura, el amor, la música y la literatura se fusionan. Sin embargo, una lectura puede quedar de estas dos obras (la de Rhodes y la de Mann), y es que la música (como la literatura) pueden salvar la vida, quitarla… o al menos entretenerte y nutrirte durante unas vacaciones de verano.