Mapa del mar negro
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El mar Negro (Neal Ascherson, 1995)

Cada año, miles de turistas que visitan la ciudad de Estambul toman un ferri en el Bósforo con el objetivo de disfrutar de sus impresionantes vistas y conocer los palacetes de su ribera. Se trata de una excursión breve, de no más de un día. Esta suele terminar en uno de los muchos pueblos pesqueros que hay en la zona, reconvertidos ahora en auténticos centros de recepción masiva de turistas. La historia fluye por estas aguas, donde se entremezclan las ruinas de fortalezas bizantinas con lujosas villas construidas en pleno periodo de decadencia otomana. Pero para muchos, el principal atractivo del viaje es estrictamente geográfico. Esto se debe a que en apenas unas horas se pasa de un continente a otro. Y, si se llega a la punta más septentrional del trayecto, se puede contemplar unas hermosas vistas del mar Negro.

Portada del libro de Neal Ascheron que versa sobre el mar negro
Portada del libro. Edición utilizada: Círculo de lectores, 2001 | Miguel Conde

Sin embargo, pocos son los visitantes que saben de las potentes corrientes marinas que dominan estos pasos, a pesar de haber sido estudiadas con ahínco por los marineros occidentales desde el siglo xvii. Saben, menos aún, de la falta de oxígeno que sufre el fondo marino del mar Negro, que hace imposible la vida en su zona más profunda. En efecto, hablamos de una de las mayores concentraciones de ácido sulfhídrico del mundo. Una circunstancia que condiciona y, en parte también condena, a una porción de su fauna.


Jasón y los bárbaros

Este no es el único dato que suele ser desconocido sobre este mar, en general, bastante olvidado por los habitantes de la Europa occidental. Y todo ello, a pesar de que fue el cereal plantado en sus costas, en la estepa póntica, el que durante cientos de años alimentó a buena parte del continente. Lo cierto es que la interrelación entre ambos mundos viene de antiguo, habitualmente con nombre griego. Los más mayores, probablemente por el influjo de la película de Ray Harryhausen, conocen muy bien la historia de Jasón y los argonautas y su viaje hasta la Cólquida. Un mito, como otros tantos que los griegos fundaron en la región, que no hace sino enmascarar la compleja e intensa relación establecida entre el mundo heleno y las gentes del mar Negro desde la Antigüedad.

Hablamos de pueblos nómadas, como los escitas, de costumbres mucho menos bárbaras de lo que los textos clásicos nos quisieron hacer creer. Estos gobernaron sociedades notables y, en no pocos casos, impusieron las normas de convivencia a los recién llegados colonos griegos. Una relación que se perpetuó a lo largo de los siglos. La cual no concluyó, si es que realmente lo llegó a hacer, hasta 1923, cuando el tratado de Lausana provocó el éxodo masivo de griegos de Turquía. El libro del que hoy tratamos pretende precisamente enmendar el desconocimiento que rodea a este mar, su historia y sus gentes; pero también acabar con muchas de las imágenes y mitos que nos han inculcado sobre él, muchas de ellas de origen clásico.

Thalestris visita a Alejandro (1696). Según Heródoto, las amazonas estaban establecidas en la zona fronteriza con Escitia, y representaban una de las prácticas que los griegos asociaban a las civilizaciones orientales: el gobierno femenino | Wikipedia



Un mundo en descomposición en el mar Negro

El punto de partida de la obra hay que buscarlo justo al otro lado del mar, en el puerto de Novorosíisk, cerca de la península de Crimea. Fue allí donde el padre del autor contempló en 1920 el derrumbamiento definitivo de la Rusia de los zares a bordo de la fragata Emperor of India, enviada por el Gobierno británico precisamente para recoger a los últimos rusos blancos. Una panorámica histórica única que setenta y un años más tarde complementaría su hijo, nuestro autor, cuando en 1991, y casi por casualidad, asistió en Crimea a un congreso de bizantinología. Aquí pudo ver de primera mano el intento de golpe contra Mijaíl Gorbachov. El mismo que condenó definitivamente a la URSS.

Como vemos, el libro mezcla en todo momento la historia con lo personal. Conversaciones en primera persona con relatos clásicos de Homero o Dion de Prusa. Un recurso que le permite a Ascherson relatar sus propias experiencias y opiniones, como si de un cuaderno de viajes se tratara. Lo utiliza a modo de introducción para tratar temas más amplios: la trágica historia de la arqueología soviética durante el siglo xx, la grandeza de los sármatas y los jenízaros, el afán de los cosacos por hallar el tesoro perdido de los alanos…

Los sármatas y su relación con el mar negro
Diadema sármata (s. I a. C.). Además de por su caballería pesada, los sármatas destacaron por sus trabajos sobre el metal | Wikipedia

Una fórmula que a veces nos lleva a tierras lejanas, como la Escocia de finales del siglo xx, donde el autor compara la actitud de los buscadores de tesoros de las tierras altas con el derecho reivindicado por los saqueadores de tumbas rusos a tener schasty (suerte). O al siglo xix polaco, tras un largo y apasionante relato del destierro de Adam Mickiewicz en Crimea. Se trata de digresiones justificadas, además de amenas, aunque Ascherson no tarda en volver a las costas de su mar predilecto.



Una historia viva del mar Negro

Eso sí, el libro está sobre todo centrado en una parte concreta del mar Negro, la nororiental, dejando prácticamente olvidada su costa más occidental. Esto es normal, si tenemos en cuenta el momento histórico en el que Ascherson escribió la obra y su ambición de centrarse en la identidad de los pueblos de la región. Al fin y al cabo, el derrumbamiento de la URSS vino acompañado del estallido de un sinfín de conflictos de carácter nacionalista e identitario. Especialmente activos en un entorno, el del mar Negro, donde siempre había prevalecido la heterogeneidad de gentes. Y es que, como señala el propio autor: «los pueblos que viven mezclados con otros durante cien o mil años no siempre se quieren; la verdad es que tal vez se hayan odiado siempre».

De hecho, leer un libro de este tipo puede resultar extraño para algunos. Debido a que la Crimea que Ascherson visitó en 1991 no es en absoluto la misma que la que hoy conocemos. Tras el reciente conflicto de Ucrania y la conflagración que relata en Georgia en 1992, palidece ante nuestros ojos frente a la más reciente guerra del 2008, mejor cubierta por los medios occidentales. Lo mismo podríamos decir del ecosistema. En la década de 1980 las aguas del mar Negro se vieron sacudidas por la invasión de un tipo de medusa, la Mnemiopsis, de origen norteamericano. Esta llegaba adherida a los cascos de los barcos mercantes (ahora se ve desplazada por otra especie invasora, la Beroe ovata). Incluso en el año 2017 los visitantes del Bósforo pudieron ver sorprendidos la transformación del mar Negro al color turquesa. Lo que se debió a un incremento repentino de fitoplancton.

Al final todo cambia, las fronteras se escinden y redefinen, al igual que las banderas; lo que no hace de esta obra algo antiguo, sino todo lo contrario, muy viva y actual.

Miguel Conde 

 

 

 

 


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