Viajes de Gulliver
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La decepción de Gulliver

No sabríamos leer las bellas páginas de la Antigüedad, no rastrearíamos las acciones de sus grandes hombres sin sentir no sé qué emoción de un género particular. (…) Cuando nos entregamos a esas añoranzas, es imposible no querer imitar lo que se añora

Benjamin Constant, 1819, De la liberté des anciens comparée a celle des modernes.

El otro viaje

Los viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift, no es un cuento infantil con enanos. Las adaptaciones suelen simplificarla mucho, pero se trata de una sátira con un agudo simbolismo filosófico. El vagabundeo del protagonista por tierras imaginarias es una parodia de los relatos de viajes, a menudo pretenciosos, pero el viaje más importante de Gulliver es otro.

Swift, sacerdote irlandés implicado en política, le conduce a países muy diferentes, unos con una refinada cultura, otros de extrema sencillez; pero ninguno es perfecto, aunque lo parezcan a veces, siempre acaban revelando un reverso macabro. En realidad, sus extraños habitantes no son más que el reflejo de los defectos del ser humano en general y de la sociedad inglesa en particular, de forma que el inocente viajero tiene que enfrentarse progresivamente a su desagradable revelación.

Además, Gulliver es un patriota. Allá donde va alaba las excelencias de su nación, las libertades y garantías de su sistema político, los logros militares de su historia, la perfección de su civilización y la pulcritud de sus valores y costumbres. Sin embargo, en su recorrido aprende mucho sobre los absurdos de la religión, la crueldad de las sociedades, la inoperancia y la corrupción política… Acabará odiando a la humanidad, pero en ese camino hacia el desencanto hay un momento decisivo en los diez días que pasa en la pequeña isla de Glubbdubdrib.

Mapa de Laputa_ Viajes de Gulliver
Mapa de Laputa, Balnibarbi, Luggnagg, Glubbdubdrib y Japón, de la edición de 1768| Wikipedia

Héroes y semidioses

Aquel lugar lo habitaba una tribu de magos y su gobernante tenía la habilidad de la necromancia, de forma que sus criados y guardias eran fantasmas puestos a su servicio. Para entretener a su invitado, Su Alteza le propuso invocar a los personajes del pasado que quisiera conocer, con la ventaja de que, estando muertos, no podrían mentirle.

El primer capricho de Gulliver fue reunir al ejército de Alejandro Magno en el jardín para admirarlo desde la ventana. También conoció a Aníbal, Pompeyo, Homero y Aristóteles, pero lo que más le emocionó fue conversar con Bruto; el mismo César le reconoció que ninguna hazaña suya había sido tan gloriosa como su propio asesinato, cometido por aquel. En efecto:

El espectáculo que más satisfacción me produjo fue evocar a los héroes que habían destronado a los tiranos y usurpadores y a los que habían devuelto la libertad a las naciones oprimidas e injuriadas (Parte 3, Capítulo 7).

Asimismo, en una gran sala convocó al Senado de Roma para apreciarlo en todo su esplendor: parecía una asamblea de “héroes y semidioses”. Aquella experiencia con los antiguos acercó a Gulliver a lo más elevado de la literatura, la ciencia y la política.

Gulliver y el rey de Glubbdubdrib
Gulliver y el rey de Glubbdubdrib contemplan el ejército de Alejandro, grabado de J. J. Grandville, para la edición francesa de 1838| Fuente: http://catalogue.bnf.fr/ark:/12148/cb11943872g.

Rateros y rufianes

Quiso continuar su fantástica exploración e hizo invocar después a los grandes personajes de los siglos recientes, dinastías enteras, políticos preeminentes y militares victoriosos. Lo que encontró le decepcionó profundamente: familias nobles marcadas por la degeneración, reyes que no sabían gobernar sin corrupción, generales cobardes y traidores, notables cuya riqueza solo había sido posible mediante la opresión de inocentes.

La historia moderna llevó mi repugnancia al colmo (…). ¡Qué opinión tan mezquina tuve del talento e integridad humanos al serme descubiertos los resortes y motivos reveladores de las grandes hazañas y revoluciones del mundo y los despreciables incidentes a los que debían su éxito! (Parte 3, Capítulo 8).

Su gran ocurrencia fue confrontar Antigüedad y Modernidad. Así, cuando rodeó a Homero de los cientos de comentaristas que habían analizado su obra durante siglos, vio que estos se avergonzaban, pues ni siquiera eran capaces de comprender la altura de su poesía. Cuando dejó que Aristóteles juzgase la obra de Descartes, la consideró una moda pasajera. Junto con el Senado de Roma, convocó a un Parlamento moderno para comparar: ellos parecían un grupo de “buhoneros, rateros, atracadores y rufianes”. Buscando a sus referentes más cercanos no había encontrado sino hipocresía, mediocridad y brutalidad.

De antiguos y modernos

Batalla de libros
La batalla de los libros, xilografía para la edición de Cuento de un tonel, 1704. Fuente: Ehrenpreis Centre for Swift Studies, https://www.uni-muenster.de/Anglistik/Swift.

En las entrevistas de Gulliver con los espectros se estaba recreando un combate. La llamada querella de los antiguos y los modernos enfrentó a los intelectuales europeos a finales del siglo XVII entre aquellos que consideraban que el culmen de la civilización se había alcanzado en la Antigüedad clásica y los que defendían los avances de la Modernidad. Este debate, muy francés, tuvo una secuela en Inglaterra encabezada por el exministro William Temple, defensor de los antiguos, y los académicos Richard Bentley y William Wotton, en el bando moderno. Swift, que fue secretario de Temple, encontró en ello un buen tema del que reírse y escribió La batalla de los libros (1704), una sátira en la que los volúmenes de los autores antiguos y modernos de la Biblioteca Real de St. James se pelean entre ellos en las estanterías.

En aquella obra aparecen las mismas ideas que en Glubbdubdrib: los críticos que malinterpretan la cultura antigua, los superficiales filósofos modernos y los historiadores mercenarios que exaltan a los falsos héroes. La decepción de Gulliver fue descubrir las miserias de los modernos, la incoherencia de Swift, quizá, idealizar demasiado a los antiguos. Se unió a los defensores de la Antigüedad, considerándola un refugio de virtudes, como si su ciencia no tuviese carencias, su prosperidad no se hubiese basado en la explotación, sus instituciones no fuesen corruptas y sus hazañas no se engordasen con propaganda.

Su idealización es cierta solo en parte, pues la capacidad de Swift para ironizar no tuvo límites (Alejandro confesó a Gulliver que murió por beber demasiado y un héroe de la batalla de Actium se quejaba de cómo Augusto le ninguneó). En todo caso, el desengaño de Gulliver conlleva una reflexión útil: las inercias de la modernidad no son necesariamente buenas, no hay historia sin recovecos, ejemplo sin matices ni héroe sin mácula; la lógica del mundo no funciona así. Quizá no necesitemos al rey de Glubbdubdrib para pensar en ello.

Para leer más

DEJEAN, J. (1997). Ancients against Moderns: Culture Wars and the Making of a Fin de Siècle. Chicago: University of Chicago.
SWIFT, J. (2001). El cuento de un tonel. La batalla de los libros. Palma de Mallorca: José J. de Olañeta.
SWIFT, J. (2016), Los viajes de Gulliver. Barcelona: Penguin Clásicos.

Tomás Aguilera Durán

Redacción
Author: Redacción

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